Nos encontramos en la última semana previa a las elecciones en Ecuador. Como en todo proceso democrático, el país vive una etapa de efervescencia política, con candidatos en plena campaña, promesas a flor de piel y una ciudadanía dividida entre la esperanza, el escepticismo y, en muchos casos, el cansancio.
Sin embargo, más allá de la decisión individual que cada ecuatoriano tomará en las urnas, hay una responsabilidad colectiva que no podemos eludir: la de reflexionar profundamente sobre lo que, sin importar quién gane, vamos a exigir como nación.
El voto es solo el inicio. No define por sí solo el rumbo de un país. Lo que lo define es la conciencia ciudadana que viene después: la capacidad de mantenernos atentos, críticos y participativos en el quehacer público. Porque el poder no reside únicamente en quien lo ejerce, sino también en quien lo vigila y lo demanda.
Esta semana debe ser, más que de confrontación, de introspección. Es tiempo de hacer una pausa y pensar:
- ¿Qué tipo de liderazgo estamos dispuestos a permitir?
- ¿Cuáles son las líneas que no podemos dejar que se crucen?
- ¿Qué exigencias mínimas debemos sostener, gane quien gane?
Queremos un gobierno que combata la inseguridad con inteligencia y respeto a los derechos humanos. Que maneje con transparencia los recursos públicos. Que impulse un sistema de salud y educación dignos. Que escuche más allá de las élites y gobierne con visión a largo plazo.
Esas exigencias no tienen partido. Son principios que deberían unirnos a todos los ecuatorianos.
Por eso, más que nunca, este es un llamado a sentarse en familia, entre amigos, en comunidades y equipos de trabajo, a conversar con honestidad y profundidad. No sobre quién ganará, sino sobre qué no vamos a permitir que se pierda: la esperanza, la dignidad, la participación.
El 7 de abril se elige un nombre. Pero a partir del 8, nos toca a todos elegir diariamente qué país estamos dispuestos a construir —y a defender— con responsabilidad y conciencia.