En el relato de la Pasión de Jesús encontramos una escena que ha interpelado a generaciones: una multitud, movida por miedo, confusión, manipulación y odio, pide a gritos la crucifixión de un inocente. No era una masa de desconocidos ni personas inherentemente malas; eran miembros del mismo pueblo, religiosos devotos, ciudadanos comunes. Algunos de ellos incluso habían escuchado las enseñanzas de Jesús o presenciado sus milagros.
Esta escena, profundamente dolorosa, no solo es parte de la historia cristiana: es también un espejo que nos invita a mirar nuestro presente con humildad.
De la cruz al comentario en redes
Hoy, en nuestros tiempos, también vemos cómo la crítica social y política puede nacer no siempre del deseo de justicia o mejora, sino del enojo, la desinformación o el resentimiento acumulado. Críticas que, aunque necesarias en cualquier democracia viva, a veces surgen desde un corazón herido o confundido, más dispuesto a destruir que a construir.
Así como en Jerusalén hubo voces que no supieron discernir la verdad y clamaron “¡Crucifícale!”, hoy también hay voces que, desde un pensamiento desordenado o alimentado por pasiones no resueltas, buscan condenar sin comprender, rechazar sin dialogar, gritar sin escuchar.
El verdadero cambio comienza en el corazón
Pero este no es un llamado al juicio. Al contrario, es una invitación a la empatía y a la autocrítica. ¿Cuántas veces hemos sido parte de esa multitud sin darnos cuenta? ¿Cuántas veces hemos replicado discursos que no comprendíamos del todo? ¿Cuántas veces el enojo ha nublado nuestro juicio y nos ha hecho caer en el rechazo automático de quien piensa distinto?
El mensaje de la cruz no es solo redención, sino también aprendizaje: Jesús no respondió con odio, sino con perdón. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Tal vez allí esté una de las claves más poderosas para avanzar como sociedad: aprender a reconocer el dolor que hay detrás del odio, el caos que hay detrás del juicio, y la oportunidad de sanar que hay detrás de cada diferencia.
Educar la conciencia, no solo la opinión
Hoy más que nunca necesitamos formar personas con pensamiento crítico, sí, pero también con un corazón dispuesto a amar y construir. La crítica sin conciencia puede ser tan destructiva como el silencio ante la injusticia. Pero la crítica acompañada de empatía, escucha y visión es una fuerza transformadora.
La historia de la humanidad nos recuerda que el odio desordenado no ha resuelto los grandes problemas, pero la compasión sí ha generado revoluciones duraderas.
Que no seamos de los que levantan la voz para crucificar, sino de los que acompañan con fe, proponen con claridad y siembran con esperanza.