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El relativismo, como posición filosófica, sostiene que el conocimiento, la verdad o la moral no son absolutos, sino que dependen de marcos contextuales como la cultura, la percepción individual o las condiciones históricas. Esta visión ha generado debates intensos en la historia del pensamiento, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Para entender su evolución, es clave revisar sus raíces históricas y los momentos clave que consolidaron su influencia.

1. Grecia antigua: los sofistas y el germen del relativismo

El relativismo encuentra uno de sus primeros desarrollos formales en los sofistas del siglo V a.C., especialmente en Protágoras de Abdera, quien afirmó:

“El hombre es la medida de todas las cosas: de las que son en cuanto son, y de las que no son en cuanto no son.”

Esta frase encapsula la idea de que la verdad es relativa al sujeto que la percibe. Protágoras no negaba la existencia de la realidad, pero sí sostenía que el conocimiento de esta depende de la experiencia individual. Esto se oponía a los intentos de filósofos como Sócrates o Platón, quienes buscaban verdades universales sobre la justicia, el bien y el conocimiento.

Para Platón, el relativismo de los sofistas conducía a una forma peligrosa de escepticismo que socavaba la posibilidad del diálogo filosófico y la búsqueda de la verdad. En obras como Teeteto, critica esta postura mediante diálogos donde muestra sus aparentes contradicciones internas.

2. Edad Media: la primacía del absolutismo teológico

Durante la Edad Media, el relativismo perdió fuerza frente al pensamiento escolástico, que estaba dominado por el absolutismo teológico. Filósofos como Santo Tomás de Aquino afirmaban que la verdad era una sola, revelada por Dios y accesible mediante la razón y la fe. No obstante, se gestaron ciertas discusiones en torno al nominalismo (por ejemplo, en Guillermo de Ockham), que problematizaban la existencia de universales, abriendo indirectamente espacios para futuros desarrollos relativistas.

3. Modernidad: el giro hacia el sujeto

Con el Renacimiento y la Ilustración, el pensamiento filosófico se desplazó del orden divino al sujeto humano como centro del conocimiento. El racionalismo y el empirismo profundizaron este cambio. Aunque no relativistas en sentido estricto, pensadores como David Hume con su escepticismo sobre la causalidad, o Immanuel Kant con su teoría de las categorías a priori, sentaron las bases para el relativismo moderno: la verdad ya no se da en las cosas en sí, sino en la manera en que el sujeto las organiza.

4. Siglo XIX y XX: el auge del relativismo cultural y epistemológico

A finales del siglo XIX y en el siglo XX, el relativismo adquiere nuevas formas:

  • Relativismo cultural: Con el auge de la antropología, figuras como Franz Boas y Ruth Benedict defendieron que los valores y normas morales deben entenderse dentro del contexto cultural específico. Este enfoque se opone al etnocentrismo y subraya la diversidad de formas de vida.
  • Relativismo epistemológico y científico: El desarrollo de la teoría de la relatividad de Einstein en física y el giro lingüístico en filosofía (con autores como Wittgenstein, Kuhn, Feyerabend) plantean que incluso el conocimiento científico está influido por marcos teóricos, paradigmas o juegos de lenguaje.
  • Relativismo moral y posmodernidad: En el pensamiento posmoderno, autores como Michel Foucault, Jacques Derrida y Richard Rorty cuestionan la existencia de verdades universales, proponiendo que todo conocimiento está condicionado por discursos, estructuras de poder o contextos históricos.

5. Reflexión contemporánea

Hoy en día, el relativismo sigue siendo un tema polémico. Sus críticos lo acusan de conducir al nihilismo o a la imposibilidad de juzgar prácticas éticamente cuestionables. Sus defensores, por otro lado, lo ven como una postura de humildad epistémica y respeto a la diversidad.

La pregunta clave sigue en pie: ¿podemos hablar de verdades universales o solo de perspectivas situadas? La filosofía contemporánea continúa debatiendo esta tensión, buscando un equilibrio entre la pluralidad de visiones y la necesidad de criterios comunes.

 

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